miércoles, 2 de julio de 2014

John Kennedy Toole: La Conjura De Los Necios


A lo largo de mi vida no ha habido muchos libros que me haya dado el gustazo de repetir su lectura. Uno de esos gloriosos ejemplos es “La Conjura de los Necios”, y desde una manera un tanto evangelizadora no me canso de recomendarlo a todos aquellos que parecen sufrir a la hora de abrir la tapa de un libro. Risas garantizadas.

John Kennedy Toole, es muy a su pesar mi primer one-hit wonder, puesto que después de tratar en vano que alguien accediera a publicar su novela, se suicidó inhalando el humo del tubo de escape de su coche, por lo que quien sabe si esto nos impidió poder seguir disfrutando de más genialidades como la que es esta novela.

Nacido en 1937 en Nueva Orleans, Toole tuvo una infancia marcada por su dominante madre, la cual no le dejaba jugar con otros niños. Realizó un graduado superior en lengua inglesa en la Universidad de Columbia y trabajó como profesor asistente tanto en Luisiana como en Nueva York. También dedicó algo de tiempo a intentar sacarse el doctorado, pero no lo acabó porque fue llamado a filas en 1961, sirviendo dos años en Puerto Rico como maestro de inglés de los reclutas hispanos.

Después de este tiempo en el ejército, Toole regresó a Nueva Orleans para vivir con sus padres y decidido a continuar con su carrera docente. Fue en está época, y tras trabajar brevemente en una fábrica de ropa masculina, cuando desarrolló por completo “La Conjura de los Necios”.

Toole envió su manuscrito a “Simon and Schuster” y a pesar de que al principio le creo ciertas expectativas, el editor lo terminó rechazando puesto que el libro "no trataba realmente de nada". Esto desencadenó una espiral de autodestrucción en él, puesto que consideraba que era una obra maestra lo que había escrito (y ciertamente lo era). Así que comenzó dándose al alcohol y abandonando su obligaciones laborales, para finalmente suicidarse en marzo de 1969, poniendo un extremo de una manguera de jardín en el tubo de escape de su coche y el otro en la ventanilla del conductor.


Años después de su muerte, y tras haber intentado cumplir de un modo póstumo el deseo de su hijo, la madre consiguió que el autor Walker Percy leyera el manuscrito. Las primeras páginas le parecieron buenas, superando las expectativas que había depositado en el texto. Pero a medida que fue avanzando se vio completamente absorbido por la genialidad de la novela, llamando incluso la atención de la gente que le rodeaba por las sonoras carcajadas que desencadenaba la lectura de numerosos pasajes.

Toole, y su novela, recibieron póstumamente el Premio Pullitzer de ficción en 1981, y el premio a la mejor novela de lengua extranjera en Francia en el mismo año.

Existe otra novela de John Kennedy Toole llamada “La Biblia de Neón” que escribió a los 16 años, aunque consideró demasiado juvenil su estilo como para intentar publicarla, cosa que se produjo en 1989 aprovechando la fama del autor.

Finalizo con un extracto de la novela, y quien se quede con ganas de más, aquí la tiene en su totalidad en formato pdf.

Soy capaz de tantas cosas y no se dan cuenta. O no quieren darse cuenta. O hacen todo lo posible por no darse cuenta. Necedades. Dicen que la vida se puede recorrer por dos caminos: el bueno y el malo.

Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer. El bueno lo he intentado andar y no me ha ido bien. Juro que ha sido así. De pequeño hice todo lo que consideré correcto y lo que está bendita New Orleans, con sus acordes de ébano y sus insoportables chaquetas a rayas me inducía a hacer. Estudié profundamente y traté de trasladar mis conocimientos con pasión. Los estudiantes saben eso. También escribí encerrado en un pequeño mundo cuarto juntando frases, frustrándome ante las huidizas buenas palabras y las no menos resbaladizas imágenes, comparaciones, situaciones, personajes, diálogos. Asumí estar en ese camino porque es ese el modo como se consiguen los sueños.

Al menos eso creía hasta un día, cuando tenía todo acabado y faltaba la confirmación de que había decidido bien, no hubo recompensa. No hubo zanahoria. Ahí me di cuenta de que ya estaba caminando, lejos de mi voluntad, por la otra senda. Esa que no es la buena ni la mala. Porque está claro que la buena es buena porque es una opción propia. La mala es mala porque también es tu opción. Pero la otra no es algo que hayas escogido, por lo cual no pueden decir que es ciertamente buena o ciertamente mala. Es ciertamente ajena, impropia. Por ese camino involuntario caminé, llevado de las narices, arrastrado como un palo sin poder animarme.

Tuve que resignarme a ser como ellos me ordenaban, a aceptar sus juicios y sus rechazos. A comprobar una vez más que no todos pueden ver más allá de su aliento. A ser víctima de un sistema que hace de gente como yo infelices zombies o incomprendidos. Y hay que tener el espíritu muy bien templado, tal vez como acero damasquino o más, para afrontar semejante fuerza.

Fuente: Wikipedia.