Podríamos decir que Indurain fue el ciclista que sentó las bases de lo que sería el futuro en ese deporte: contrarrelojista, buen bajador y capaz de defenderse en los puertos. Lo que para muchos supuso el adormecimiento de la esencia de esta especialidad, se confirmó años más tarde con la aparición del norteamericano Lance Armstrong, quien al igual que el navarro, aglutinaba todas estas características de lo que iba a ser el prototipo de corredor del siglo XXI.
Entre ambos mitos de la bicicleta surgió una figura inesperada, un italiano de la vieja escuela que flaqueaba en el llano, pero que cuando llegaba la montaña se convertía en una auténtico chacal que no dudaba en atacar hasta terminar con sus rivales desfallecidos. Ese personaje fue Marco Pantani, y durante su reinado volvió a rescatar la épica del ciclismo como deporte imprevisible y de impulsos, muy alejado de estrategias de equipo que a la larga han terminado por erosionar la paciencia de los aficionados
Precisamente cuando todo apuntaba a que “El Pirata” terminaría marcando una época, durante el Giro de 1999 fue súbitamente destronado por lo que a día de hoy se ha convertido en algo poco sorpresivo para la inmensa mayoría: una acusación de doping. A pesar de que siempre negó tal extremo, eso supuso un punto de inflexión que terminó con su carrera y acabó sumiéndole en una profunda depresión. En 2004 y en circunstancias poco claras, apareció muerto en la habitación de un hotel en Italia.